I N D E P E N D E J E N C I A. (Monólogo).
Por: Cheo Breñas.
Son muchas las historias que hablan sobre las
independencias y sobrados los relatos que resaltan la valentía y disposición de
algunos hombres. -Pero
como yo soy algo escéptico en cuanto a eso de creer-, aquí les hago llegar una pequeña
“historietita” de una realidad, que como todas las verdades, siempre se pierden
en las esencias de las más elaboradas biografías.
RECONTRA-ESCRIBIENDO OTRA HISTORIA.
Resulta que un pequeño “reyecillo”, avaro e insaciable, (de esos que vivieron
colgados de una parte del mundo, pensando que la tierra era un plato sostenido
por 4 elefantes), descubrió otro país en algún lugar de este enorme globo, y
como a “ochorrocientasmil” millas de su imperio. Y sin importarle quien vivía
allí y que derechos tenían estas personas sobre ese lugar, envió todo su
ejército a adueñarse y conquistarlo por la fuerza.
Los pobladores de esta tierra, que vamos a llamarle ACIREMA; viéndose invadidos
por estos extraños extranjeros enfundados en raros trajes con corazas de metal,
hicieron toda la resistencia que pudieron con sus arcos y flechas, para impedir
que los despojaran de lo que se sentían dueños; pereciendo al final ante la
inminente ventaja de los invasores, que mejor preparados y con mayor poderío
militar, no tardaron en saborear la indiscutida victoria.
Ya controlada la situación, nuestro monarca se entera que en aquel sitio habían
enormes riquezas y una excelente conformación para proyectar una nueva colonia
que pudiera engrandecer su reino. Rápidamente convocó a todos sus ministros
para informarles de lo acontecido y sin esperar ningún acuerdo o votación,
(porque jamás lo necesitó, “pues el jefe aunque sea un pendejo, siempre es el
jefe”), decidió escoger a sus más allegados colaboradores para ponerlos al
frente de esta nueva adquisición y enviarlos sin dilación a ACIREMA.
Lo que parecía un pequeño pedazo de tierra pronto se fue haciendo inabarcable y
nuestro rey, con toda esa astucia que lo distinguía como hombre de negocios,
"decidió hacerse el buena gente” y ofreció a su pueblo, (ese mismo pueblo
al que mantenía oprimido y viviendo en la más cruel de las miserias), un mejor
futuro en este nuevo mundo. –Ahí
tenéis- dijo -una
tierra virgen para que hagáis “por un módico impuesto que pagaréis a vuestro
rey en agradecimiento”, una nueva vida-. Al principio hubo
desconfianza entre los pobladores ya que viniendo de semejante soberano era
para pensarse; pero al final y sopesando lo que pudieran perder, comenzaron a
llenarse los barcos de gente con mucha esperanza. -¡Conquistemos a ACIREMA y hagamos de esta tierra un gran país!,
¡Viva el Rey! Y como buenos y obedientes esclavos, partieron
amontonados en sendos barcos rumbo a la tierra prometida.
La inmigración crecía con tanta rapidez que hizo falta conformar una estructura
de gobierno para disciplinar a toda aquella gente. El Rey nombró Virrey al más
fiel de sus lacayos y lo mandó al frente de lo que ya se perfilaba como una
gran colonia. Éste, al asumir el cargo agrupó a sus colegas antes enviados,
(que fungían entonces como gobernadores de los distintos pedazos de tierra ya
repartidos) y fundó un congreso que respondiera a las exigencias de su
soberano.
Demás está decir que el tiempo pasaba aceleradamente y con ello se crecían las
familias de los nuevos pobladores, que utilizando sus pocos momentos de
descanso y no habiendo un “canal” (perdón), una televisión decente que ver, le
daban rienda suelta al despelote, dedicándose por entero a la producción de
bebes. Al cabo, ya contaba el nuevo país con tres generaciones de familias bien
definidas con todo y pedigrí, dando por sentado la existencia de nuevos
naturales o criollos que comenzaban en susurros, a cuestionar la gobernabilidad
extranjera.
Pero no obstante todas estas desavenencias e inconformidades, hasta aquí todo
parecía ir bien, aunque aquel prometido futuro que nuestro soberano regaló a su
pueblo se hacía cada vez más inalcanzable. Los impuestos eran estratosféricos y
la ilusión comenzaba a esfumarse entre los sueños. No faltó quien se adentrara
en la espesura y desapareciera como por arte de magia, buscando tal vez un
nuevo futuro en lo intangible. Los ánimos empezaban a caldearse y la represión
se hizo presente imponiendo los más brutales escarmientos. Estaban atravesando
un gran conflicto de etnias.
Entonces se necesitó de una reunión urgente del congreso para tratar de
resolver esta inesperada situación e hicieron su aparición las tediosas
reuniones del grupo gobernante y con ellas, las sabrosas copas de vino tinto
que venían muy bien al crudo invierno. Había que hacer algo ¿pero qué?, nadie
tenía la menor idea de cómo manejar a la plebe en un caso como este.
Entre discusiones y subidos comentarios empezó a surgir algo que hasta ese
momento era un desafío (EL CRITERIO) y sobre todo las nuevas ideas liberales
que sólo son posibles en las mentes de aquellos que se sienten con derechos.
Estos debates, que por supuesto jamás existieron en la corte del Rey, hoy se
discutían abiertamente entre estos “pichones de traidores”, que alejados de la
temible y sentenciosa mirada de su amo, comenzaban a fraguar su primer golpe de
estado, pues tenían el poder y también… (aunque usted no lo crea); al pueblo,
que dado los últimos acontecimientos, era fácil aprovecharse en su desencanto.
El grupo se fraccionaba y con ello se abrían paso las tendencias partidistas.
Aquellos fieles servidores de un reino solidificado en los tiempos, comenzaba a
dar señales de insubordinación.
Las calculadas y premeditadas promesas, expresadas en extensos discursos patrióticos
pronunciados por estos leguleyos y las palmadas de ánimo en las espaldas
sudadas de aquellos granjeros (inconformes sobre todo por los altos impuestos
que tenían que pagar a la corona), lograron conformar un pequeño ejército de
campesinos, dirigido pues, por algún que otro militar de alto rango, en
desacuerdo con los procedimientos de su rey o conmovidos tal vez, por esas
ideas de izquierda que calan los huesos y afloran los sentimientos patrióticos
que de alguna manera llevamos dentro.
No sé porqué y esto me ha llamado siempre la
atención. Nada es más prometedor para un político que compartir con las masas
desafortunadas fingiendo familiaridad. Y lo inexplicable es, que una buena
parte de esta gente siente ese afecto como una prueba de confiabilidad hacia
ese rufián. He conocido a personas que se emocionan cuando un político, un
artista o cualquier famoso o poderoso le estrecha la mano; incluso hay quienes
no acicalan esa parte del cuerpo que fue tocada o rosada por alguna de estas
importantes personas, por temor a perder su esencia.
Con escaso armamento y utilizando en el mayor de los casos los propios
instrumentos de labranza, dio sus primeros pasos lo que más adelante se
convertiría en una encarnizada guerra independentista, de la que el único
propósito era, apropiarse de una tierra extranjera a la cual no se tenía el más
mínimo de los derechos.
Tuvieron que pasar algunos años (y también montones de muertos, que por
supuesto puso el pueblo) para que se vislumbrara algún final a este descabellado
plan “patriótico”. Lo curioso es… que aún en y sobre el fragor de las batallas,
los jefes seguían siendo los de la clase alta; los mismos encopetados
gordinflones de peluquines y zapatos de charol, que dando seguimiento a la
herencia que dejan los puestos y las posiciones en casi todos los gobiernos del
mundo, mantenían con orgullo el patriotismo y la terquedad sobre los derechos
del suelo.
Los del frente (me refiero por supuesto al frente de batalla), también seguían
siendo los mismos, aunque ahora se les llamase “soldados del gran Ejército Libertador” –Que manera de engañar y utilizar a la pobre
gente-. Pues, mientras los de arriba decidían sobre el siguiente
paso a dar en este macabro juego de la guerra, sentados en sus confortables
butacones de piel con impecable aseo y vestuario, saboreando además sus
exquisitas y acostumbradas copas de vino tinto; los jodidos soldados se
fregaban ante el ruido de los combates con la misma ropa y sudor del mes
anterior. ¡Qué ironía!
Y como en casi todas las guerras, al fin llegó el triunfo, que sin lugar a
dudas fue para los del patio, pues raras veces logran ganar las batallas los de
afuera, cuando se lucha con coraje y valentía por una causa justa; de no ser
que existan intenciones de permuta o asentamiento vitalicio.
Aquello fue apoteósico, la euforia invadía cada corazón y cada milímetro de
aire que pudiera circundar aquel enorme y lacerado país. ¡Ganamos!. ¡Que viva
la libertad! ¡Somos libres! ¡Abajo el Rey! ¡Cooñooooooo! -Bueno,
en un momento así uno grita lo que salte a la emoción, ¿o no?- Los
interminables abrazos y las incontenibles lágrimas, eran prueba irrefutable de
la felicidad que invadía a aquellos seres, que con gran valor y un indiscutible
amor a aquella tierra que llamaban patria, se sentían dichosos de su triunfo.
Ya no serían gobernados por ningún rey extranjero; ahora podían darse el lujo
de tener su propio rey, un rey nacional… bueno… un rey al fin y al cabo.
Y fueron felices para siempre…
¡Hey!, ¡hey!.. Que aún no termino.
Lo que no sabían estos infelices inocentes, es que las libertades son un mito.
Un sueño que jamás tendrían, porque los pueblos están destinados a ser esclavos
de algún cabrón soberano con ansias de poder. Que podrán pasarse toda la vida
luchando para derrocar muchos monarcas; pero que siempre habrá un amo para el
que tendrán que trabajar. Y que sí se
lograrán progresos, porque algo han de dejar los sacrificios, pero al final
tendrán que entender, que la vaselina se inventó para que no doliera. Y el que
no exista un rey que blanda el látigo, no quiere decir que hayamos logrado
nada; seguiremos obedeciendo leyes impuestas por los que mandan y que rayarán
siempre en favor de estos, para su beneplácito y complacencia.
Al final, con excepción de algún que otro destacado jefe militar que brillara
durante la contienda, los honores quedaron en manos de aquellos mismos
gordinflones con peluquines y zapatos de charol, que daban órdenes desde
aquellos confortables butacones importados, enfundados en sus lujosos y
almidonados trajes de finas y elegantes telas. Los mártires también quedaron
relegados en el fondo de algún libro de historia, adornado irónicamente en su
portada, con el retrato al óleo de alguno de esos engreídos gordinflones con
peluquines y zapatos de charol.
Y esos mismos granjeros que lucharon por quitarse de encima, aquellos
exagerados impuestos que pagaban entonces a un despiadado monarca que los
explotaba; en su futuro próximo siguiente sólo pagarían una fracción bastante
pequeña de su salario a quienes de todas maneras habrían de gobernarlos.
Aunque… pagarían también esa pequeña fracción cuando compraran o vendieran y
pagarían otra vez esa pequeña fracción por lo que ahorraran, por lo que
tuvieran, por lo que invirtieran, por…, por… y por… que quien sabe y sumándolo, al final habrían
doblado lo que pagaban entonces a aquel maldito y despiadado reyecillo.
La diferencia está en que antes, todo el mundo sabía quién era el “hijoeputa”
que los explotaba. Hoy (y aclaro
que sigo hablando de la historia ficticia de este cuento), están
repartidos los cargos entre tantos señorones respetables, que no lograrán jamás
ponerse de acuerdo en a quien culpar. -“Porque
si usted se pone a pensar en la cantidad de políticos que existen y la cantidad
de gente que se mueve junto a ellos, (viviendo de nuestro sudor), no le
alcanzaría la visión para contarlos”. Todos los días se ha de
inventar en ese inalcanzable estrado desde donde nos gobiernan, un cargo nuevo
donde algún parásito hace nido a costa de nuestros impuestos. Y sinceramente,
entonces se trabajaba para enriquecer a una sola persona, que con su inmenso
poder y ejército los doblegaba. Hoy tienen que mantener a toda una bola de
cabrones, que viven y se nutren de lo que produce el pueblo, mientras fingen
ser parte de este. Maldito
sea ese cristal oscuro que nubla nuestras visiones y no nos atrevemos a romper.
Un dato curioso que no podía faltar en esta historia es; que aquellos criollos
que renunciaban en ese entonces a ser descendiente de aquel reino por
considerarse “ACIREMANOS”, hoy se sienten orgullosos de su estirpe y pelean con
pasión su procedencia. En Cuba por ejemplo, hay en este momento gente que está
discutiendo la nacionalidad española por considerarse descendientes directos de
una doceava generación de gallegos emigrantes de aquellos tiempos, ya que
pretenden con ello el sueño de adquirir una visa de ese país, para abandonar el
infierno en el que viven ahora.
En fin, que las guerras no son otra cosa que el capricho y la avaricia de un
pequeño grupo de insaciables señoritos, que enfrascados en hacer crecer sus
fortunas y demostrar cuan fuertes son, enfrentan a los pueblos como fichas de
un tablero de ajedrez inoculando en sus corazones, el amor a una patria que no
existe. Las guerras definitivamente, las peleamos nosotros defendiendo los
intereses de esos poderosos y no para liberar esa paradójica PATRIA inventada,
con toda la malsana intención de comprometernos. ¡Ah!... y los muertos, esos
también los ponemos nosotros.
“Y os digo yo hijos míos que fueron creados en
este cuento para razonar esta inquietud que me invade. (Yo… que vivo en un
mundo real donde tuvimos una historia más o menos parecida a la vuestra, aunque
no con tantos matices); que no vale la pena ningún tipo de lucha donde esté por
medio el honor, cuando este está manipulado por la intención de otros”.